lunes, 21 de abril de 2008

Olympia


Uno de los momentos de mi adolescencia que ha quedado grabado en mi frágil memoria fue el encuentro con esta maravilla de la pintura universal. Con diecisés años, en el Musée d'Orsay, en París, mi poco educado sentido de la estética se enfrentó con esta verdadera impresión. No recuerdo cuánto tiempo me quedé boquiabierto ante semejante experiencia para los sentidos. No es simplemente un ejercicio de virtuosismo. No es simplemente una exhibición de erotismo o de provocación.
Este cuadro es una oda a la belleza; a sus raíces más instintivas. Por otra parte, es una declaración de principios. No hay nada más bello que un cuerpo de mujer. Pero lo hace refiriendo dicha declaración a su fundamento en el deseo sexual, de forma explícita.
Grandioso.

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